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Travesia de El Terron a Faro

 
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Luisto
Piratilla
Piratilla


Registrado: 16 Feb 2005
Mensajes: 26
Zona de Navegación: Sevilla y Huelva

MensajePublicado: 10/10/05 00:09    Asunto: Travesia de El Terron a Faro Responder citando

Saludos camaradas, aquí os dejo el relato de mi travesía de El Terrón a Faro. Juro por lo más sagrado que salvo algunas licencias humorísticas que me he tomado con la tripulación, todo es verdad y si no que Leviatán me lleve al fondo de los océanos mas profundos.

¡Tabernero!, trae de beber a todo el mundo que aquí nos queda un rato.



Todo comenzó a principios de verano, tenía que preparar mi primera travesía como patrón, una de verdad y no lo de dar paseítos ría arriba y ría abajo. Teníamos previsto pasar unos días en Galicia y yo, como el que no quiere la cosa, le digo a mi almiranta: "podías irte con los niños en avión, yo me voy en el barco y nos reunimos allí", lógicamente mi almiranta, mirándome fijamente a los ojos no pudo más que decir: "estás peor que las cabras". En vista de que mi estrategia no había dado resultado y además ella suele tener razón, opté por el "plan b", que no era más que ir desde el Terrón (Huelva) hasta Faro (Portugal), una travesía sin duda mucho más modesta pero que no carecía de cierta emoción aventurera.

Decidido el destino, cojo la carta correspondiente, la regla, el triángulo, el compás, el transportador, las reglas paralelas, lápiz, goma, trazadora de rumbos y puesto todo en la mesa del salón...... decido sentarme en el ordenador a trazar la ruta en el Ozi, que para algo lo he registrado, digo yo. Bien, veamos, lo más probable es que tenga el viento de proa en la ida, allí casi todos los días sopla igual y a las mismas horas, calculando ángulos de ceñida, velocidad, patatín y patatán me sale un dibujo superchulo y una tabla de rumbos, millas y horas que saco por la impresora, acojonante, aunque para ir a vela la verdad es que no sirve de mucho.

Otro problema importante: la tripulación. Necesitaré marineros y tengo dos hermanos, caramba que casualidad, cojo el teléfono y como no podía ser de otra manera los convenzo a los dos. La verdad es que pocos se pueden resistir a una travesía en velero, sobre todo si no la han hecho nunca, lo difícil es convencerlos la segunda vez. Para convencerlos más veces hay que hacer un "curso práctico de hipnosis para patrones sin tripulación".

Por fin llega el día de la partida, el día anterior había pasado por el hiper y compre víveres como para avituallar el Juan Sebastián Elcano durante seis meses, que nunca se sabe y mejor que sobre que no que falte, “que la jambre es mu mala” como dicen en mi tierra. Había repasado el barco veinte veces por lo menos y no me faltaba ni un perejil, pertrechado como si fuese a cruzar el Atlántico. La tripulación llego la noche antes y dormimos en mi casa, bueno, dormir lo que es dormir yo no dormí mucho, pero al menos estuve acostado disimulando.

Nos levantamos temprano, teníamos que soltar amarras a las ocho como muy tarde para no quedarnos varados en el Portil. A las ocho menos cuarto soltamos amarras. El parte meteorológico no era bueno (vientos de componente oeste rolando a norte de fuerza tres a cuatro y marejadilla a marejada) pero tampoco era como para no salir después de la que había liado con la travesía de las narices. A las nueve salíamos a mar abierto.



Quizás sea este el momento para hablaros de mi tripulación. Mi hermano Juan es propietario de un gimnasio, noventa kilos de músculo sin un gramo de grasa y aunque tiene un par de años más que yo parece que tiene diez menos, cabezota como él solo y un corazón que no le cabe en el pecho. Germán "el enano" y no es que sea pequeño, que mide 1'80, pero de todos es sabido que los hermanos pequeños siempre se denominan “el enano” o “el nano” indistintamente. Pues eso, Germán es divertido y aventurero, tiene un toque de inconciencia con un ángel de la guarda que tiene méritos para haber ascendido dos o tres puestos del escalafón. Cuando él está los dioses nos protegen, debe ser porque se lo pasan bien con él. Ésa era mi tripulación, con poca experiencia pero con la tranquilidad de que si hay algún problema no faltará un brazo donde agarrarte.



El mar nos recibió con pasmosa calma, plano como una tabla y una ligera brisa que casi no hinchaba las velas, eso sí, totalmente en contra. Navegábamos de dos a tres nudos y el sol castigaba de justicia, ¡bendito bimini! Después de dos o tres horas navegando a Germán se le ocurre echar la caña, yo había comprado para la ocasión una rapala supermegalechesdelcopón mágnum, cuarto kilo de rapala y es que es lo que yo digo, con el trabajo que cuesta que el barco se mueva, si tienes que pararlo para recoger un pez por lo menos que merezca la pena. Yo, como era mi deber de patrón y hermano mayor le informo que con esa arrancada no va a picar ni una bolsa de plástico. Lógicamente, Germán haciendo lo que acostumbra a hacer no me hecha ni puta cuenta y lógicamente quince minutos después pica algún monstruo marino que se lleva cien metros de hilo en el primer tirón, “el enano” que a cojones no le gana nadie, se pone a tirar de la caña y a recoger hilo como si estuviese arrastrando un submarino. El resultado fue que a los tres minutos el pez se suelta o le han partido la boca, que a nuestros efectos era lo mismo. Una hora después la rapala supermegalechesdelcopón se nos engancha en una de las miles de redes esparcidas por el mar y nos quedamos sin ella, Germán opta por poner lo que quedaba, una rapala notantalechesdelcopón estándar con la advertencia por mi parte de que no paraba el barco por una caballa ni a punta de pistola. Ni que decir tiene que cogió cinco caballas, algunas de buen tamaño y por supuesto sin parar el barco.



El viento empezó a refrescar pasado el mediodía. Yo, por no hacer bordadas con tan poco viento había seguido separándome de la costa y ya hacia algún tiempo que no divisábamos tierra. Estaríamos a unas diez millas de distancia de la costa. La verdad es que tenía cierto morbo encontrarse con tanto mar por todos lados, era el dulce sabor de la aventura. Viramos como pudimos y el mar empezó a darnos un severo correctivo a nuestra insolencia, las olas empezaron a hacerse más grandes y el viento a soplar con fuerza, el puma escoraba casi con la regala en el agua y yo no sabia si coger un rizo, dos o hacerle la permanente a la mayor. Como la cosa parecía que se mantenía en equilibrio, lo deje todo como estaba, además teniendo en cuenta que tenía toda la tripulación sentada por el costado de barlovento con las caras verdes y sin atreverse a hablar para que no se les saliese por la boca el bocata de atún con aceite de oliva virgen, me parecía que me iba a resultar un tanto complicado hacerlo todo yo solo, no obstante estuve un buen rato con la escota de la mayor en la mano para soltarla si la cosa se ponía fea.



Pasadas un par de horas el puma navegaba sobre los seis nudos y después de atravesar muchas olas con la proa empecé a tranquilizarme, el pesado casco, tan criticado por muchos, hacía su trabajo y no parecía tan fácil que el irritado mar nos diese un revolcón. Aun así, cada vez que tenía que entrar en el interior por cualquier motivo pasaba un suplicio, los pantocazos y los bandazos del barco me lanzaban contra los mamparos llegando a hacerme rodar por el suelo en alguna ocasión, me sentía como un autentico pelele entre el poderoso mar y el bravo pumita, que enzarzados en su pelea no parecían ni darse cuenta de que yo estaba allí.

Hacía ya algún tiempo que debíamos estar viendo la costa, pero la jodida costa no aparecía, aparentemente la visibilidad era buena y ya no estaríamos a más de tres millas, me planteaba si el GPS era una mierda o si habíamos atravesado algún vector espacio-tiempo y estábamos en Dios sabe donde, aún así, ponía cara de póquer para que la tripulación no se me acojonara. Como allí no era tonto ninguno, al poco empezaron a preguntar: “¿no deberíamos estar viendo la costa? La verdad es que no se que puñetero efecto de bruma, luz o que se yo ocurría, pero no vimos la costa hasta que estuvimos a menos de una milla, así como de pronto se nos aparece Tavira. Suspiré aliviado.



La tripulación empezó a sugerir que atracásemos allí mismo, el mar no se había calmado del todo y estaban al límite de su resistencia. Las sugerencias se transformaron en medio suplicas y medio exigencias, el motín se respiraba en el aire. Yo estaba empeñado en llegar a mi destino, mi orgullo estaba en juego y el cachondeo de la almiranta podría durar meses, así que pensé en primer lugar en azotar a los rebeldes, pero abandone la idea rápidamente por varios motivos, en primer lugar me había dejado los grilletes en casa, en segundo lugar carecía de contramaestre y no es elegante que el patrón de los azotes y por ultimo y más importante, cualquiera de ellos con una mano atada a la espalda me hubiera lanzado por la borda a más de diez brazas de distancia, así que de nuevo opté por el “plan b”. Arranco el motor y enrollo el génova, me acerco a la costa donde hay menos oleaje, les saco unas colchonetas adicionales para que estén cómodos y los acuesto en los sillones de la bañera para que descansen un poco. ¡Mano de santo!, se quedaron traspuestos y poco a poco costeando seguí mi rumbo hasta que pude ver claramente el símbolo de mi destino, el faro de “la Ilhe do farol”. Ya recuperados y animados por la visión del enorme faro, la tripulación volvió a ser la de antes.



Sobre las nueve de la noche y con trece horas de navegación a cuestas llegamos al espigón de Faro. No se si es que los ingenieros eran carajotes o es que llegue en mal momento, pero cuando me acercaba a la punta del espigón me percaté de que no era uno sino dos los espigones, que las puntas no estarían a más de cincuenta metros de separación una de la otra y que justo allí, la corriente de salida chocaba con la de entrada y se organizaba en la boca un guirigay de agárrate y no te menees.

Pongo rumbo a la boca dejando pasar a un pesquero bastante grande cuyo patrón no había leído ni una línea del reglamento de abordajes. El meneo que recibió el pesquero al entrar en la boca me hizo preocuparme seriamente, pero me parecía demasiado cobarde volverme atrás. Cuando llegue al centro de la boca los remolinos nos daban tal zarandeo que ni timón ni motor ni leches, el barco se movía hacia todos lados menos para el que yo quería. Un pescador nos hizo señas de que debíamos entrar pegados al espigón de barlovento y en una de las veces que salimos despedidos conseguí volver sobre nuestra estela. Me ajuste todo lo que pude al espigón y aunque allí las aguas no estaban tan revueltas la corriente era igual de fuerte. El barco iba perdiendo arrancada a medida que nos acercábamos al punto más estrecho de la boca hasta que nos quedamos completamente parados en perfecto equilibrio con la corriente. Presa de la desesperación le doy una patada a la palanca del acelerador intentando conseguir algo más de potencia pero el motor se queda al ralentí y no responde la palanca, vamos, que me la había cargado del patadón. La corriente nos arrastra de nuevo a los remolinos y allí nos quedamos sin motor y solo con la mayor izada. Hicimos lo único que se podía hacer, sacar el génova y en uno de los giros y para mi sorpresa, que ya me veía allí hasta que nos sacaran, las velas cogieron viento y salimos de allí. Nos fuimos al resguardo y por fuera del espigón de sotavento y fondeamos con las últimas fuerzas que nos quedaban.



Después de descansar un rato, decidimos irnos a cenar a algún restaurante de la isla, así que soltamos la neumática, le ponemos el motor y como los tres no cabíamos, llevo primero a Germán y luego a Juan. Nos pusimos razonablemente empapados cuando conseguimos llegar con la neumática a la arena y como no nos fiábamos de dejarla allí, la cogimos, subimos una larga escalera y la "aparcamos" en la puerta del restaurante donde dimos cuenta de una cena más que decente, aunque la tripulación con el estómago todavía revuelto no la disfrutó todo lo que hubiese querido.

Cuando bajábamos por la escalera de nuevo con la neumática la marinería se negó en rotundo a embarcarse de nuevo, como estábamos en tierra no podía considerarse motín, así que los dejé hacer lo que quisieran, además no tenía “plan b” y me preocupaba mi integridad física. Habían preguntado en el restaurante por algún alojamiento y aunque no había ninguno decidieron dormir en la playa, no estaban dispuestos a soportar ni un solo meneo más ese día. Como yo no estaba dispuesto a abandonar mi barco en ninguna circunstancia y ellos tenían que recoger los sacos de dormir, me vuelvo al barco con Germán, subo a bordo, le doy los sacos y lo veo alejarse en la neumática. Al día siguiente me entere de que al varar la neumática las olas de la playa le habían dado un revolcón y además de mojarse, se le estropeo toda la electrónica que lleva incorporada, que vive dios que no es poca.



Ya en la intimidad de mi barco me doy el “lavado del gato” en el lavabo. Me enorgullezco de que el agua salga por el grifo recorriendo las mangueras que había instalado yo mismo, impulsada por la bomba que había instalado yo mismo, alimentada por los cables de corriente que había instalado yo mismo, cayendo a la sentina donde otra bomba que había instalado yo mismo la mandaba por las mangueras que había instalado yo mismo y se llevaba el salitre que mi piel le había robado al mar y que volvía a su legitimo propietario con los correspondientes intereses epidérmicos. Por cierto, todo esto iluminado por los plafones que también había instalado yo mismo, con sus respectivos cables que también había instalado yo mismo. Después de lavarme sigo observando durante un poco más como sale el agua del grifo, que satisfacción más grande.

Limpio y cansado me acuesto en el camarote de proa, que aunque tiene menos alcurnia que la popa, en mi barco resulta que es el más grande y es donde está la única escotilla. Tumbado boca arriba me deleito en el trocito de cielo que se ve por el hueco, parece increíble que haya tantas estrellas en un trocito tan pequeño. La sonrisa “monalisesca” (derivado de monalisa para el que no lo entienda) no se me va de la cara y cierro los ojos para arrojarme en los brazos de Morfeo. Cinco minutos después me levanto porque las defensas esparcidas por la cubierta me tienen de los nervios con el “pirrín pirrón” que producen cuando las suaves olas las mueven. Las amarro todas. Vuelvo a arrojarme, esta vez un poco más cabreado, a los brazos de Morfeo. Otros cinco minutos después vuelvo a levantarme a quitar unos tornillos sueltos en un cajón que también hacían “pirrín pirrón”, Morfeo hasta el gorro de tanta interrupción se ha ido, así que intento dormirme por mi cuenta. Dos horas después, ya me he levantado diez veces a trincar todo lo trincable y recoger todo lo suelto por cajones y armarios. Agotado de tanta navegación, tanto trincar y tanto ordenar, me tumbo otra vez en la litera y me desmayo.

Un par de horas después unos fuertes golpes en el costado del barco me despiertan, cierro fuerte la boca para que el corazón no se salga y me incorporo lo que uno puede incorporarse en un camarote. Asomo discretamente la cabeza por la escotilla y veo una neumática grande con dos tripulantes dando vueltas al barco. Con la pálida luz de la luna me parece ver la silueta de un arma automática en las manos de uno de ellos y yo, sin un mal sable que llevarme a la mano, decido rendirme rápidamente sin condiciones en un intento desesperado de salvar mi vida peregrina. Asomando medio cuerpo por la escotilla digo un amable “buenas noches”. Al oír mi voz, uno de los tripulantes enciende una luz naranja giratoria que ilumina toda la lancha y observo con enorme alivio que son guardacostas. A duras penas, ellos hablando en portugués y yo en español, me preguntan que hago allí fondeado con un puerto a tiro de mosquete, yo les explico que he tenido avería en el motor y no he podido entrar por la bocana, ellos se descojonan disimuladamente para no ofender supongo y me ordenan amablemente que ponga la luz de fondeo. ¡Coño!, la luz de fondeo, lo siento, lo siento, que se me ha pasado, que ahora mismo la pongo, que muchas gracias por recordármelo…. Se van y me dejan como estaba pero iluminado. Cuando me tranquilizo vuelvo a dormirme.

Otro par de horas después, al amanecer, la tripulación sube a bordo sin permiso y me despiertan sin ningún miramiento. Ya en cubierta y en perfecto estado de revista levamos anclas (realmente era solo una, pero así queda como más marinero), mi hermano Juan recoge a mano treinta metros de cabo y los veintitantos metros de cadena con ancla y todo, arrastrando de paso el barco sin esperar a que arranque el motor, izamos velas y ponemos rumbo al Terrón con un suave viento por la aleta.

Después de desayunar, me sumerjo en el cofre de babor para acceder al mecanismo de la palanca del acelerador. Con un trozo de alambre y unos alicates hago una macguiverada y vuelvo a tener la palanca operativa, aunque consciente de que no va a durar mucho. Me sorprendo de haber podido soportar tanto tiempo sin marearme en las profundidades del barco, con poco aire, peste a gasoil y a sentina y en navegación, con algunas millas más estaré preparado para cruzar el Cabo de Hornos (me gusta seguir conservando cierta inocencia).

Con la tabla de mareas en la mano y haciendo cálculos concluyo que tengo que llegar a la boca de la ría antes de las 18h30´, si no tendré que esperar hasta las 0h30´ para entrar, los problemas del calado. Consulto al GPS que me responde que llegare a las 21h, joder, hay que darse prisa, arranco el Solé mini, que en mi caso es mini de verdad con sus 9 CV y consultando de nuevo el GPS me indica que llegaré sobre las 19h., joder otra vez, bueno, espero que cuando llegue el viento podamos mejorar eso. La previsión de la tarde vuelve a ser de fuerza 4 y marejada así que supongo que llegaremos.

La mañana fue aburrida y lenta, aunque el viento y las olas por la popa hacían lo que podían. La hora estimada de llegada no mejoraba. Por la tarde, igual que el día anterior, el viento empezó a refrescar a lo bestia, cuanto más nos íbamos acercando, más fuerte era el viento y más grandes las olas. Ramón, el piloto automático, cuyo nombre es la evolución de Raymarine (como la marca) a Rayman (como el de la película), luego a Raymon (también como la película de antes pero cuando Toncruis se entero bien de cómo se llamaba su hermano) y finalmente a Ramón (como mi primo). Pues Ramón las pasaba putas para mantener el rumbo así que cogí yo la caña y con la practica de haberlo hecho muchas veces con la vela ligera, surfeaba las olas lo mejor que podía, mucho mejor que Ramón por supuesto. A toda máquina, con el viento y las olas por la popa conseguíamos puntas de ocho nudos y el garmin, creo que muy a su pesar dada la cabezonería que había mostrado todo el día, me reconoció que llegaríamos sobre las 18h.

A las 17h 30 llegábamos al Portil, entrada de la ría y sin más incidentes que una trasluchada de la mayor que casi le arranca la cabeza a Juan y que desatascó el pajarín que haría años que no se movía, llegamos a las tranquilas aguas de la ría del Río Piedras, donde los innumerables barcos amarrados en sus boyas frente al Rompido volvían a estar en perfecta formación para rendir honores a tan intrépidos navegantes. Un dificultoso atraque con una corriente de costado de más de tres nudos era el inevitable final para una travesía donde nos medimos con el mar y salimos victoriosos porque él tampoco le puso mucho empeño.

Buen viento camaradas.
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